viernes, 8 de julio de 2011

Para abrir boca...

Hoy, como regalo de fin de semana, os quiero dejar un relato que se me ha ocurrido esta mañana y que me gustaría compartir con vosotros. Seguramente no esté maravillosamente escrito y me faltará pulirlo, pero...en fin, os lo dejo para que me contéis que os parece.
Un saludo y feliz fin de semana!


     © Tamara Díaz
     (Reservados todos los derechos)


“Hoy he tenido un sueño. Un sueño plagado de sangre y muerte.”


Sentía el corazón desbocado en su pecho y la respiración agitada, mientras intentaba serenarse y olvidar aquella maldita pesadilla que le atormentaba desde hacía unas semanas. Todas las noches se levantaba cubierto en sudor, las sabanas de la cama casi arrancadas y la almohada tirada de cualquier manera en el suelo de la habitación. Nunca recordaba su sueño, simplemente podía acordarse del rojo de la sangre y del olor de la carne putrefacta. Nada más.

Un gemido ronco escapó de sus labios, una señal de protesta ante la ilógica situación en que se encontraba, y su mano se situó sobre la cara, intentando borrar con este gesto tan familiar esa sensación de vacío que le atormentaba cada madrugada. Suspiró con fuerza, dejando que su cuerpo se desprendiese del aire y tomase una nueva bocanada que le supo igual de amarga que la anterior, pero que sirvió para hacer que su corazón comenzase a latir más despacio.

-          ¿Otra vez la misma pesadilla? – preguntó la voz dulce de su esposa que, desde su lado de la cama, le miraba con preocupación; el pelo caoba cayéndole sobre los ojos y dejando entrever su magnífico cuello.- Deberías acudir al médico, Jhon, quizás es algo más que una pesadilla y…

-          No.- le cortó él con brusquedad, mirándola suplicante al darse cuenta de que había sido demasiado duro con aquella mujer que sólo quería su bienestar.- Lo siento, Loretta, de verdad.- susurró, acercándose al cuerpo de su esposa y enterrando la cara entre su cabello.- Estoy cansado y tengo los nervios de punta, no necesito un médico, sino dormir una maldita noche de un tirón y despertarme sin acordarme de lo que he soñado.

-          Jhon, eres un cabezota.- susurró ella, apretándole contra su cuerpo en un ademán protector.- Anda, durmamos.



Estaba cansado. Demasiado cansado como para abrir los ojos de inmediato o para notar la presencia helada que había a su lado. Podía sentir uno de los brazos de su esposa sobre su pecho y algunos mechones de su pelo le hacían cosquillas en el cuello y en la cara. Con un suspiro de resignación, Jhon abrió los ojos a la realidad y se despidió del terrorífico mundo de los sueños en el que se sumía cada noche; giró la cara para encontrarse frente a su esposa, aún dormida con una sonrisa tranquila en los labios y el pelo esparcido de cualquier manera sobre la almohada. Era tan hermosa que Jhon no pudo evitar besarla levemente en la frente, sintiendo el calor húmedo que emanaba su piel y el aroma a flores que despedía su pelo. Después quitó con cuidado el brazo de ella y lo colocó sobre la cama mientras él se levantaba intentando no hacer ningún ruido. Ya era bastante malo que uno de los dos durmiese poco y mal, no quería que ella se sintiera cansada o sufriese por su culpa.

La luz del baño estaba encendida, a pesar de que él juraría que la había cerrado por la noche; se encogió de hombros y entró por la puerta, parándose frente al lavabo y mirándose con detenimiento en el espejo. Tenía un aspecto horrible. La barba le había crecido bastante en ese fin de semana y sus ojos estaban vidriosos, con unas profundas ojeras marcando la piel; para colmo, su piel tenía un tono demasiado pálido, casi transparente y estaba cubierta por unas perlas de sudor. Con una mueca de desagrado, Jhon apartó la mirada del espejo y se concentró en preparar los enseres del baño; necesitaba darse una ducha, afeitarse y ponerse presentable. Hoy era el gran día y debía parecer una persona tranquila y normal.

Se quitó con descuido la camiseta de tirantes que le servía de pijama y la tiró al suelo de cualquier manera antes de dirigirse a la ducha para encenderla. El agua fresca comenzó a caer mientras él terminaba de desvestirse y echaba una ojeada a su cuerpo en el espejo. “Por lo menos en esto sigo siendo igual”, pensó mientras miraba los músculos bien definidos de su cuerpo y el color tostado de su cuerpo, tan diferente al pálido color de sus mejillas y al aspecto enfermizo de su rostro.  Cuando notó que el vapor del agua comenzaba a crear una nube en el cuarto de baño, Jhon se acercó de nuevo a la ducha y se metió dentro, lanzando un quejido al notar el contacto del agua sobre su piel.

-          ¿Quién está ahí? – la voz de Loretta le llegó con claridad desde la habitación y Jhon sonrió al imaginarla con su camisón de flores y esa sonrisa radiante que le dedicaba cada mañana.

-          ¿Por qué no vienes a la ducha conmigo, amor? – invitó él, sacando la cabeza de la ducha y mirando la habitación.

-          ¡Dios mío! ¡Nathan!- gritó ella con la voz temblorosa y teñida de pánico.

-          ¡Loretta! – exclamó Jhon, saliendo a toda prisa de la ducha y acudiendo a ver a su esposa que estaba arrodillada en el suelo, con la cabeza oculta entre sus piernas torneadas y el rostro cubierto de lágrimas.- Loretta, amor mío, ¿qué te pasa? ¿estás bien?- su voz estaba quebrada, nunca había visto a su esposa en aquél estado  y no entendía por qué ella no le miraba.

-          Nathan…por favor…- suplicó ella comenzando a temblar convulsamente en el suelo mientras su esposo se agachaba a su lado, el cuerpo cubierto de agua, para abrazarla.

-          ¡Loretta! – gritó alguien en el pasillo de la casa, haciendo que Jhon se girase perplejo para averiguar de quién era esa voz.- Loretta, ¿estás bien? – preguntó un hombre guapo, de grandes ojos azules, dirigiéndose a toda prisa hacía Loretta y arrodillándose frente a ella, haciendo caso omiso a la mirada gélida de Jhon.- Loretta, venga, pequeña, tienes que calmarte…

-          Lo he oído, Nathan, de verdad que lo he oído.- musitó ella, levantando la cabeza para mirar a aquél joven con sus grandes ojos castaños enrojecidos por el llanto.- La ducha estaba abierta, como todas las mañanas, y al preguntar….- un sollozó quebró su voz e hizo que el temblor de su cuerpo se volviera más fuerte.- Te juro que me ha respondido… Jhon me ha respondido…

-          Loretta, querida, sabes que Jhon ya no está aquí.

-          Pero, ¿se puede saber qué dice este imbécil? – estalló Jhon, apretando con más fuerza el cuerpo tembloroso de su mujer y mirando con odio a aquél joven de aspecto afeminado que se atrevía a hablar así delante de él.- Loretta, amor mío, ¿qué pasa? – susurró dulcemente junto al oído de su esposa, notando como la piel de ella se erizaba ante el contacto.

-          ¡No, no y no!- suplicó ella enterrando de nuevo su cabeza entre sus piernas y cubriendo sus oídos con unas manos temblorosas.

Jhon la miraba boquiabierto, con los ojos completamente abiertos y un único pensamiento en su mente: Loretta. Ella siempre había sido una chica alegre, natural y tranquila, en los siete años que llevaban juntos nunca la había visto ponerse así; ella nunca había estallado en un ataque de histeria como aquél y ahora que había pasado él no sabía cómo reaccionar. Sólo podía acariciarla , abrazarla y susurrarla palabras de cariño, esperando que eso sirviera para tranquilizarla; pero ella no se tranquilizaba y su cuerpo comenzaba a temblar con más violencia cada vez que él la tocaba o la hablaba.

-          Loretta, sé que los estás pasando mal y el doctor dijo que esto podría pasar.- intervino el joven ante la mirada colérica de Jhon, aunque él no parecía hacerle el menos caso.- Jhon sabe que lo estás pasando mal y él entendería que tú, ya sabes, hicieses uso de las medicinas que el doctor te proporcionó…

-          Sí, Loretta, toma esas medicinas, mi amor.- suplicó Jhon situándose detrás de Nathan y empujándole ligeramente con el codo.

-          Nathan…- musitó ella con tristeza, la voz ahogada por las lágrimas y la respiración agitada.- No estoy loca, ¿verdad?

-          No, querida, por supuesto que no.- le aseguró él y, por una vez desde que había entrado en la habitación, Jhon suspiró y sonrió a aquél extraño que estaba luchando por tranquilizar a su querida Loretta.-  Ya te he explicado que era algo normal en estas situaciones, pero no puedes derrumbarte de esta manera.

Jhon observaba aquella situación con una extraña opresión en el pecho: culpabilidad. Se sentía culpable por aquella situación, pero no sabía exactamente por qué. Era cierto que no recordaba que Loretta hubiese acudido al médico, ni siquiera recordaba que alguien hubiese mencionado el nombre de ese Nathan que había entrado en su habitación cómo si fuera la suya propia. No, había algo que se le había escapado y ahora lo tenía claro.

Con un gesto cansado, cerró los ojos y siguió escuchando las palabras de consuelo que aquél hombre le dirigía a su esposa y los sollozos silenciosos de ella al oír las palabras. Sintió una punzada en el estómago  e instintivamente abrió los ojos para ver qué había pasado. Cuando vió la sangre resbalando entre sus manos y notó el olor de la tierra mojada, supo que estaba sumido de nuevo en aquella maldita pesadilla.

Podía escuchar el golpear de la lluvia contra el coche y olía la gasolina escapándose del depósito. Estaba volcado en algún sitio, aunque no podía recordar dónde estaba o qué hacía allí a esa hora de la noche. Sentía un dolor punzante en el pecho y en el estómago, y podía sentir la sangre, caliente y pegajosa, resbalándose entre sus manos y cubriendo su chaqueta. No oía nada más que el agua de la lluvia y el burbujeo de la gasolina. Había tenido un accidente, de eso estaba seguro, y se encontraba dentro del todoterreno negro, atrapado por el volante y un cinturón que se negaba a liberarle. Su móvil había caído demasiado lejos de su mano, pero él intentó alcanzarlo, estirando el brazo todo lo que pudo antes de gemir y notar los ojos ardientes por las lágrimas… No podía llegar hasta el teléfono y el manos libres estaba desconectado.

Chilló. Chilló tanto que la garganta se le quedó seca y dolorida; podía notar los músculos de su cara totalmente tensos después de aquél grito y su cuerpo comenzaba a agarrotarse por la posición en que estaba. La sangre había empezado a resbalar por su pecho y había alcanzado su cara, podía notar el reguero de sangre correr por su barbilla y su frente, empapándole los ojos e impidiéndole ver. Se intentó curvar para verse el estómago, pero el dolor en la espalda le advirtió que no conseguiría nada haciendo eso. Tenía que salir del coche. Sin embargo, el dolor era demasiado fuerte y la cabeza estaba embotada por la cantidad de sangre acumulada tras pasar demasiado tiempo boca abajo. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? Jhon miró el reloj del coche que resplandecía en la oscuridad marcando la hora, la una y media de la madrugada; él había salido de casa de sus padres cuando el sol estaba poniéndose, así que podía llevar horas allí atrapado, con la gasolina escapándose lentamente del motor y creando una trampa mortal de la que él no podría salir. Estaba condenado.

Despertó de su sopor con el olor penetrante de la gasolina y el humo; tenía los ojos hinchados y un ataque de tos hizo que las heridas de su cuerpo le palpitasen con fuerza.  “El teléfono…tengo que llamar a Loretta….” Pensó, aunque sus brazos no parecían dispuestos a obedecerle. EL móvil estaba allí, tan cerca como para poder ver el aviso de batería baja parpadeando en la pantalla, pero demasiado lejos como para llegar hasta él. De todas formas, el humo había empezado a acumularse en el interior del coche y el calor era ya evidente. Seguramente el combustible había prendido y ahora se encontraba atrapado en un coche en llamas, en mitad de la nada y de la noche, sin posibilidad para coger el teléfono y llamar a su esposa o a emergencias. “ Menuda putada.” Pensó justo antes de sentir que la cabeza comenzaba a darle vueltas y el estómago se le revolvía a causa de los gases inhalados.





Despertó. De nuevo estaba sumido en sudor, aunque en esta ocasión no estaba tumbado en su cama, con el cuerpo cálido de Loretta a su lado; estaba en el suelo de la habitación, solo. La cabeza le dolía como si alguien le hubiese golpeado con un martillo y sentía el cuerpo tembloroso a causa de aquella pesadilla. Miró a su alrededor intentando ver la hora o alguna señal de su esposa; pero el dormitorio parecía vacío. No se oía nada. Se levantó con lentitud del suelo, sintiendo la espalda dolorida, y el estómago aún revuelto; se apoyó en el suelo con el brazo y se puso en pie, observando con detenimiento el dormitorio.

La cama estaba hecha, a pesar de que el reloj de la mesilla indicaba que eran las cuatro y media de la mañana, demasiado pronto para que Loretta hubiese ido a trabajar. Suspiró y se dirigió a la ducha. De nuevo la luz estaba encendida y Jhon miró con recelo a su alrededor. Aquella situación le resultaba demasiado familiar. Escuchó la ducha encendida mientras intentaba recordar algo que se le escapaba y sonrió al pensar que Loretta estaría dentro; él estaba tan absorto en su pesadilla que no se había percatado de la actividad en el baño. Seguramente había sido Loretta quien le había despertado en su camino al baño. Con más tranquilidad, Jhon entró en el baño y miró su reflejo en el espejo; su cara tenía peor aspecto que antes, estaba más pálido y las ojeras se hacían cada vez más grandes y profundas.

-          Loretta, creo que voy a hacerte caso e iré a visitar al doctor Keils.- dijo él, quitándose con cuidado la camiseta y tirándola en el suelo.

Jhon se acercó a la bañera y notó el suelo húmedo. Loretta habría encendido el grifo y se habría olvidado de apagarlo, de manera que ahora la bañera había comenzado a desbordarse. Sonrió y se aproximó a la bañera, apartando la cortina de alegres colores preparado para despertar a Loretta y regañarla por aquél descuido.

-          Loretta, cariño, me parece bien que quieras darte un baño nocturno pero…- su voz murió en la garganta cuando se fijó en el cuerpo inerte de Loretta sumergido en la amplia bañera de mármol blanco.

Jhon ahogó un grito. El agua de la bañera estaba teñida de rojo y Loretta estaba sumergida en el agua, con los brazos apoyados en las paredes de la bañera y dos grandes cortes en sus muñecas. Se derrumbó en el suelo y sumergió las manos en el agua, rescatando el cuerpo de su esposa y sacando la cabeza de ella a la superficie; una sonrisa de paz se extendía por su rostro y Jhon sintió una punzada de culpabilidad al verla. Sacudió el cuerpo inmóvil y lo alzó para estrecharlo contra el suyo. Notaba los ojos anegados en lágrimas y un dolor lacerante en el pecho. Con mano temblorosa tocó el cuello de su esposa y aguantó la respiración mientras intentaba notar el latido de su corazón; pero su corazón no latía ya y su cuerpo estaba demasiado rígido. Con un grito de dolor, Jhon enterró el rostro en el cuello de ella y lloró.

No sabía cuánto tiempo había pasado allí tirado, con el agua ensangrentada mojándole y el cuerpo muerto de su esposa entre sus brazos, pero le parecía que no había sido el suficiente. Levantó la cabeza y miró de nuevo la bañera. Tenía que llamar a la policía y a emergencias. Tenía que preparar el funeral y avisar a la familia y amigos… Entonces lo vio. Un folio de color lila descansaba en el espejo, pegado con una tirita infantil que Loretta había comprado por error en una de sus visitas al supermercado y con las que ambos se habían reído; con una sonrisa de dolor, Jhon miró la nota y leyó las palabras que su querida Loretta había escrito con mano temblorosa.

Sin Jhon nada tiene sentido. Él era mi vida, mi sol y mi oxígeno…ahora que no está…simplemente no sé cómo hacer para seguir. Lo siento mucho, mamá, papá…Nathan, sé que hiciste lo que pudiste por mí y eres un gran médico, no te preocupes, no fue tu culpa, de verdad.

Lo siento mucho. Os quiero”

Jhon releyó la nota mil veces intentando sacar sentido a aquellas palabras. ¿Por qué decía que sin él nada tenía sentido? Él nunca se había marchado de su lado. Siempre… Entonces la realidad le golpeó con crueldad, como si un edificio de cincuenta plantas se hubiese derrumbado sobre él, pero siguiera consciente bajo sus escombros, notando cada herida, cada viga y cada piedra. No era una pesadilla. Nunca había sido una pesadilla.


5 comentarios:

  1. Caraaaay que relato más intenso!!! de verdad muy muy intenso. Muy bien narrada, con el ritmo adecuado y la tensión en la dosis necesaria para mantenerte pegado a la pantalla del ordenador. Me ha gustado mucho Enone, sólo vi una frase extraña (creo) cuando dices que encendio el grifo y lo apagó. Besotes!!!

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  2. Vaya!!! Te encoge el estómago. Me gusta el ritmo que marcas, cuando no sabes que parte es de verdad y cual no. Como va cambiando la percepción de la historia, al darte cuenta de que no es lo que parece. Creo que uno de los peores miedos del ser humano, es perder la cordura, cuando no sabes si de verdad ocurre algo o sólo está en tu cabeza, y esa angustia has sabido reflejarla muy bien. Felicidades, Enone. Me ha gustado muchíiiiisimo.
    Un besazo, guapa!!!

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  3. ^^ Me alegro mucho que os haya gustado. La verdad es que no estaba muy segura de lo que saldría porque no es una historia muy de mi estilo, pero...en algún momento hay que ampliar miras.
    Raquel, ahora mismo miro lo de la frase del grifo y la corrijo.
    Muchísimas gracias, corazones!!! Sois maravillosas, de verdad :D

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  4. Superado el ataque de tristeza, me siento con ánimos para dejarte mi comentario, linda.
    No creo en la casualidad, así que voy a pensar que las Musas estaban comunicándose entre ellas y susurrándonos al oído a las tres, porque no es corriente que publiquemos una entrada el mismo día y con un tono tan similar.
    Aunque yo hice un poco de trampa: leí tu relato primero, y me sentí tan conectada con la Bea de hace quince y hasta veinte años, que me sentí motivada para colgar mi propio relato esa tarde. Y elegí el que ya has leído en mi blog, porque reflejaba la desesperación que sentía en ese momento. No es un relato nuevo, forma parte de una historia anterior a la que tengo ahora entre manos. Pero, como ya te he dicho en mi blog, fuiste tú quien me inspiró a buscarlo y a compartirlo.
    Después vi el relato de María, y pensé en la casualidad, y en las palabras de Gandalf: delgada línea separa la coincidencia del destino.
    Y me sentí muy unida a vosotras, mis niñas.
    ¿Que si me gustó tu relato? Mi respuesta es ésta: quiero seguir leyendo tus relatos. Y con eso creo que te lo digo todo.
    Aquí os dejo mi sonrisa. Esta vez la tristeza no ha podido vencerme. Y vosotras tenéis parte del mérito, por ello os digo gracias!

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  5. Me ha gustado mucho. Sabes atrapar la curiosidad del lector y que quiera más, ¡y eso es un arte! Así que sigue colgando pequeños relatos para permitirnos disfrutar con tus creaciones.
    ¡Un gran beso!

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