martes, 7 de junio de 2011

¿Quieres ser el príncipe de mi cuento?

                                                                                                                           © Tamara Díaz
                                                                                                              (Reservados todos los derechos)

Ella estaba junto a la ventana viendo, como tan a menudo hacía, como las delicadas gotas de aquella insistente lluvia golpean rítmicamente el cristal antes de resbalar por él para ir a morir al alféizar ennegrecido de aquella ventana. Sus ojos verdes parecían ensombrecerse de tristeza cuando la gota llegaba al final de su recorrido y ella, con un suspiro profundo, elevaba sus ojos y buscaba una nueva gota a la que seguir hasta su final... Siempre me he preguntado qué es lo que pasaría por su mente en aquellos momentos para hacer que su expresión se viese tan triste y perdida, pero ella nunca se lo confesó a nadie y ese misterio quedó presente entre nosotros incluso después de su partida.
"¿Quién es ella?" os preguntaréis la mayoría al leer estas líneas. Ella era un ser único...como una de esas criaturas míticas de las que se oye hablar en los cuentos, pero que nunca hemos podido apreciar. Mirar su rostro inocente e iluminado por la tristeza significaba caer en un abismo de melancolía inexplicada y desarrollar un sentimiento único que se alejaba de todo lo mundano que nos rodeaba... Ella era la razón por la que todos los días, nosotros suspirábamos en silencio y suplicábamos al Dios que se encontrase disponible que nos permitiese acceder al interior de aquella fortaleza inexpugnable tras la cual aquella bella criatura se había refugiado.
¡Ah! Aún recuerdo como si fuera ayer el primer día que ella hizo aparición en nuestras vidas. Era una mañana lluviosa y la ciudad se encontraba en silencio cuando un coche tirado por dos hermosos caballos hizo rechinar sus ruedas en el camino de acceso a la residencia de estudiantes en la que me hospedaba. La propietaria del lugar, la señora Rochester, era una buena amiga de mi familia y amablemente había accedido a otorgarme una buena habitación a pesar de que mi llegada a la ciudad no estaba prevista; la residencia era un lugar hermoso y tranquilo, situado a apenas diez minutos de la facultad pero lo bastante lejos de la muchedumbre como para poder disfrutar diariamente del silencio que nos brinda la naturaleza. Sin embargo, aquél día la hermosa casa de piedra parecía un lugar aterrador y misterioso por lo que los estudiantes allí presentes habían decidido llevar a cabo un entretenido concurso de historias de terror para entretenerse en las largas horas de aquél festivo; las muchachas allí presentes hacía rato que se encontraban acurrucadas unas con otras y lanzaban temerosas miradas en torno suyo como si esperaran el ataque de alguno de los seres que protagonizaban las narraciones grotescas de aquellos muchachos. Ellos disfrutaban con el terror de las damas y aprovechaban la situación para acercarse a ellas en ademán protector mientras susurraban palabras de amor que hacían enrojecer las tiernas mejillas de aquellas damitas de alta cuna. A pesar de todo, el ambiente cambió al oír el chirriar de las ruedas de madera sobre la calzada empedrada de la entrada y todos sin excepción se acercaron al ventanal para poder contemplar mejor la llegada de aquél carruaje desconocido.
- ¿Quién será? - preguntaban los huéspedes con sorpresa.- ¿Acaso esperamos alguna visita?
- ¿ Un nuevo estudiante?- aventuró una muchacha de dulces ojos castaños y sonrisa contagiosa.- A lo mejor se ha trasladado de algún otro centro...
- No creo, Betty.- respondió un chico pecoso y de aspecto infantil.-La señora Rochester nos habría avisado de su llegada.
- Mirad, mirad...va a bajar del coche.
Todos los ojos se concentraron en la portezuela del coche ansiosos porque el chófer abriese para poder observar la visita inesperada. Poco a poco la portezuela se abrió y un cuerpo delicado de mujer bajó elegantemente del coche, agarrando con sumo cuidado el final del vaporoso vestido con una mano y sujetando con la otra un gracioso paraguas de color amarillo. La dama se mantuvo inmóvil en su posición mirando con curiosidad el edificio ante el que se encontraba, mientras el cochero bajaba una maleta del portaequipajes; entonces, ella dirigió su mirada hacia el ventanal y todos a una lanzamos una exclamación de asombro e incluso terror al ver aquellos ojos verdes chispeando en la oscuridad de la tormenta mirándonos como si pudiese ver dentro de nuestra alma.
- ¡Tiene los ojos del mismísimo diablo!- exclamo una muchacha mientras  intentaba alejarse del ventanal y de la mirada de aquellos ojos.
- ¡ Señores y Señoritas!- llamó la potente voz de la señora Rochester.- No se queden ahí parados, hagan el favor de acudir al comedor para tomar la comida y recibir al nuevo huésped de nuestra casa.
- ¿Quién es la joven, señora?- pregunté yo, aún aturdido por la intensa mirada de aquella muchacha.
- Es la huérfana de un conde italiano, creo.- respondió la mujer sin mucha convicción.- Ha sido recomendada por el señor Portobello y hemos acordado hospedarla aquí mientras tenga que estar en la ciudad.
- Italiana...la verdad es que tiene porte de italiana.- comentó un joven riendo mientras se dirigían al salón.
- Me dirás cómo puedes distinguir a un italiano sin haber estado nunca allí, estúpido.- rió una joven a su lado.- De todas formas, esa mirada...¿no crees que era muy rara?
- Espeluznante, de hecho.- comentó otro.- Parecía salida de una de las historias de terror que hemos contado antes.
Poco después descubrimos que su nombre era Selene y que su padre había muerto durante uno de sus viajes dejándola sola en un mundo que ella desconocía. Selene, la muchacha de rostro exquisito y sonrisa luminosa, pocas veces participaba en las conversaciones y se mantenía absorta en sus pensamientos con una triste sonrisa en el rostro; y, sin embargo, se la podía encontrar a menudo  sentada junto a la ventana de la biblioteca, con un libro abierto sobre su regazo y una expresión feliz en aquel rostro marcado por la tristeza.

Poco a poco, durante esas visitas privadas y secretas, comencé a forjar una relación de amistad con aquella misteriosa damita que había llegado tan abruptamente a nuestras vidas y las charlas banales sobre el tiempo se convirtieron en charlas profundas sobre escritores clásicos y modernos a los que ambos éramos asiduos. Me sorprendía la capacidad de esa muchacha de apariencia débil para hacer frente a lecturas que a mi me habían parecido sumamente arduas y su facilidad para emitir juicios acercados sobre la finalidad de cada uno de los escritos que había leído; pero lo que más me maravillaba era observar su cara henchida por la felicidad mientras tomaba un nuevo ejemplar de la estantería y ver como sus dedos recorrían con delicadeza la portada del libro antes de abrirlo y, con un suspiro de placer, comenzar una lectura que la mantendría ocupada por horas. Siempre se sentaba en el mismo sitio y pronto comenzó a preparar una silla junto a ella para que yo me sentara y leyera a su lado. A veces, mientras yo estaba sumido en la lectura de algún ejemplar, me sorprendía al oír su voz pidiéndome que leyera en voz alta para ella; entonces, ella dejaba descansar su delicada mejilla sobre la mano enguantada y, perdiendo su mirada en el horizonte, me escuchaba con la mayor atención posible. Creo que fue entonces cuando mi corazón comenzó a latir aceleradamente al verla allí, su silueta recortada por la luz que traspasaba la ventana, su sonrisa perdida entre las aventuras del héroe de turno... fue entonces cuando mi corazón dejó de pertenecerme y se quedó con ella.
- Mi padre solía leerme cuentos como este cuando volvía a casa.- me explicó una tarde en la biblioteca mientras me mostraba un desgastado ejemplar de los cuentos de Andersen.- Me encantaba imaginar que yo era la princesa y que mi hogar estaba entre las hojas de aquellas maravillosas narraciones.
- Es un sueño bonito.- dije yo y sonreí al ver como los ojos de Selene centelleaban en la semioscuridad de la sala.- Selene, ¿cuánto tiempo vas a quedarte?- me atreví a preguntar, bajando con cuidado la mirada para ocultar la vergüenza que sentía en aquél momento.
- ¡Ah! James, la verdad es que no lo sé.- murmuró ella, apartando su atención del ejemplar de los cuentos de Andersen que tenía entre sus manos.- Es posible que no permanezca mucho más aquí y mi marcha es inevitable...
- ¿ A dónde debes regresar?- pregunté yo, atreviéndome a levantar los ojos para sostener aquella mirada hechizante.- ¿Podré ir contigo, Selene?
- ¡James! Pero, ¿qué dices?- exclamó ella abriendo sus hermosos ojos al tiempo que en su delicada boca se dibujaba una "O" perfecta.-
- Selene, he de confesarte que desde que contemple tus ojos la mañana en que llegaste, desde que te vi sonreír con dulzura en el comedor aquella tarde, desde que contemplé tu expresión al leer...desde entonces me sentí esclavizado a tu presencia.- me atreví a confesar yo, mientras notaba mi rostro arder con fuerza.- Al principio pensé que sería ese aura misteriosa tuya la que me atraía, pero me he dado cuenta de que esto que siento no es una mera atracción inexplicable, sino que te amo con todo mi corazón y mi alma, Selene.
- ¡Oh, James!- sollozó ella enterrando su rostro entre sus manos.- Para, por favor.
- ¿Acaso tú no sientas lo mismo, bella Selene?- pregunté yo abatido ante tal posibilidad.- ¿Puede que me haya imaginado, después de todo, el brillo de tus ojos al verme o la sonrisa que tus labios dibujan al hablar conmigo?
- No, James, no es eso.- sollozó ella alzando su mirada y tomando mis manos entre las suyas.- Yo me quedé prendida de tu mirada y tu inteligencia hizo que mi corazón se desbocase. Yo, que nunca había conocido el amor, creí estar enferma al notar como mi rostro ardía al verte y como mi pecho se hinchaba si por casualidad rozaba tu mano con la mía.- susurró ella con la mirada clavada en la mía y las mejillas coloreadas por el rubor de la inocencia.- Sin embargo, mil veces me he convencido de que tú nada sentías y que sólo eras galante por mi desgraciada situación...
- ¡Cómo pensar eso de mí! - exclamé yo dichoso al ver aquél rostro ansiado acercarse al mío y, sin pensarlo, tome su mano y la puse sobre mi pecho.- Dime, Selene, ¿acaso no notas como mi corazón golpea mi pecho en su ansía de abandonar ese solitario agujero y unirse al tuyo? ¿ Acaso no sientes como mis ojos se tornan brillantes al contemplar tu sonrisa? ¿Acaso no ves como ardo en la fiebre del amor que tú has causado?- una sonrisa tímida se dibujó en aquél rostro ansiado y mi corazón saltó del pecho para fundirse con el suyo en un abrazo eterno.- De todo esto eres tú la culpable y para todo ello la única cura eres tú, mi bella princesa.
- James...- suspiró ella enterrando su rostro en mi pecho.- ¿Quieres ser el príncipe de mi cuento?
- Seré tu príncipe y, si me lo pides, tu cuento entero con tal de que me permitas disfrutar de tu sonrisa cada mañana durante el resto de nuestros días.
Aún hoy, querida mía,después de que te has marchado de mi lado dejando a mi corazón abandonado en un mundo desconocido; aún ahora, después de maldecir a Dios y a la vida por arrebatarme lo único que he amado... Aún así, princesa mía, mientras observo con tristeza la blanca piedra que sirve como refugio a tu cuerpo, sigo observando la lluvia e imaginando tus ojos verdes atravesando mi alma.

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5 comentarios:

  1. Pues aquí os dejo esta pequeña narración que se me ha ocurrido mientras volvía a casa andando y que espero que os guste. ^^

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  2. LoL T_T q bonito joder voy a darte un abrazo ahora vngo T.T ale ya estas abrazada xDD

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  3. Madre mía!!!! Me pierdo unos días y mira que cambio!!!!. Me encanta el relato, artista!!!! Que dulzura, sobre todo al final. Soy ñoña, no puedo evitarlo.
    Un beso, Enone.

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  4. Gracias, Anxana. La verdad es que al releerlo me parece demasiado empalagoso...pero me alegro que te haya gustado. Lo de los cambios...ya ves, me ha dado la locura y he decidido lavar la cara al blog, que estaba muy soso jajajaja
    Un beso enorme, maja!!!

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  5. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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