© Tamara Díaz
(Reservados todos los derechos)
Esta noche olía a lluvia, a lluvia y a ausencia, porque tú no estabas a mi lado. El aroma tan característico de los días lluviosos, ese olor suave y refrescante que me golpea y me hace querer inhalar todo el aire posible de golpe...la tierra húmeda y las plantas fragantes, me mecía mientras intentaba dormir en esa pequeña cama que se ha convertido en la cárcel de mis sueños desde que no estás conmigo.
(Reservados todos los derechos)
Esta noche olía a lluvia, a lluvia y a ausencia, porque tú no estabas a mi lado. El aroma tan característico de los días lluviosos, ese olor suave y refrescante que me golpea y me hace querer inhalar todo el aire posible de golpe...la tierra húmeda y las plantas fragantes, me mecía mientras intentaba dormir en esa pequeña cama que se ha convertido en la cárcel de mis sueños desde que no estás conmigo.
Por la mañana, el sol se introdujo por la ventana, acariciándome y prometiéndome un nuevo día, un día cargado de sorpresas, cargado de felicidad porque, para variar, tú sí estarías. Y me sentí revuelta en esa cárcel, como el preso que agarra los barrotes de su celda y sueña con que llegue el momento de abandonarla aunque sólo sean unos pocos minutos...La libertad ansiada del alma que vive encerrada. Una libertad que huele a lluvia y lágrimas, una libertad que se disfruta brevemente y luego desaparece, dejando un amargo sabor en la boca y un corazón agarrotado que no consigue volver a latir con normalidad.
Y, sin embargo, llega el momento de salir, abandonar mi cárcel y acudir a tus brazos, cálidos y espectantes, pero mi cuerpo, cobarde sin causa, refunfuña y protesta desde la sombra mullida de la cama, porque no quiere arriesgarse. Prefiere la seguridad de lo conocido, la suavidad de las sábanas en la mañana, el olor de mi cama y de la lluvia, a unos momentos de gozo que le harán sufrir más tarde. ¡Ah, cuerpo traicionero! Mi corazón, mi alma aspiran a volar libremente hacia esos brazos ansiados, sueñan con no volver a la comodidad de la cama, pero tú, monstruo conformista de la naturaleza humana, te desperezas con tranquilidad y te regocijas sintiendo bajo la espalda el mullido colchón que simboliza mi pérdida.
Ahora ya no huele a lluvia, ni siquiera el tenue aroma de la tierra mojada por la noche sube hasta mi ventana. Ahora sólo hay un calor asfixiante, un calor que invade mi cuerpo y calma mis músculos...Y yo he vencido a mi cuerpo, doblegado por las ansias de mi alma se dirige sin dilación a donde me espera la felicidad efímera de un abrazo, de un beso, de un te quiero...mil risas contenidas en un instante, mil palabras en una simple mirada....y yo, masoquista de los sentimientos, acudo rauda hacia ellas, aun sabiendo que luego, cuando vuelva a esta cárcel dorada de comodidades y tranquilidad, sentiré aun más esa ausencia que cada día me tortura.
¿Qué puedo decir, cuando describes tan perfectamente lo que siento esta mañana? Me siento tan identificada!! Consigues poner por escrito lo que yo no sé expresar, gracias porque lo has hecho por mí; no importa que no lo entiendas, hoy me siento comprendida, y menos sola. Gracias, espíritu afín.
ResponderEliminarAinsss cuantos buenos momentos nos proporcionan los desvaríos de los escritores. Como éste dulce relato en el cual nos haces recordar que todos en algún momento nos sentimos así, atrapados en nosotros mismos. Un besote guapísimaa!!!
ResponderEliminarPrefiero experimentar ese momento efímero y regresar a mi carcel con el sabor en los labios. Que no salir nuca de ella y olvidar lo que es sentir.
ResponderEliminarPrecioso, de verdad, pero inquietante porque ha sido como mirarse a un espejo.
Es increíble como estás evolucionando a la hora de narrar, a pasos agigantados y para bien. Comparo textos y estás creciendo, y mucho. Sigo tomando eso que estés tomando, y sigue deleitando con entradas como esta.
Un besazo!!!