Un día desperté en mi cama y me dí cuenta de que no sabía donde estaba. El mundo que veía tras la ventana tenía más colores y olores que el que había por la noche, los pajarillos cantaban alegremente e incluso la gente sonreía mientras caminaba.
Asombrada, tras frotarme los ojos y verificar que estaba despierta, me sacudí la pereza y bajé de mi cama. Mi habitación, antes helada, estaba templada y olía a ropa recién lavada; mis ojos se abrieron de golpe y mi mente me dijo asustada: "No es cierto." Abrí mi puerta y bajé las escaleras para encontrarme con una nueva sorpresa, pues mis padres y mi hermano se encontraban en casa; mis padres sonreían y mi hermano incluso reía, también los perros contagiados por esa alegría esbozaban todos una extraña sonrisa canina.
"Un café y todo estará más claro", pensé y sin detenerme me dirigí a la cocina, donde el café, por lo menos, seguía siendo lo que debía. Una taza repleta de aquél líquido oscuro y aromático pareció calmar un poco la sacudidad del despertar tan extraño, pero, al asomarme al balcón, tuve que admitir que algo pasaba. Para verificar la extraña situación, decidí poner la televisión y me encontré con los informativos de la mañana; la presentadora, alegre y dicharachera, sonreía y nos contaba que la vida era de color de rosas: no había muertes, no había maltratos, no había desastres naturales...El mundo iba rodado. Incluso la crisis, enemiga aferrima de las familias, había agachado la cabeza y los políticos habían cooperado entre sí (sí, sí) para conseguir que todos fuesemos un poquito más felices. Los bancos se habían apiadado de sus clientes y habían devuelto los inmuebles embargados, regalando además sonrisas y buenas intenciones.
La escuela había cerrado, pues los alumnos habían alcanzado el saber necesario y los profesores no tenían trabajo. Los libros habían bajado sus precios, incluso algunos te los regalaban amablemente.
Y entonces tan bella utopía se disolvió entre las arenas de los sueños, Morfeo me abandonó y me encontré tirada de nuevo en mi triste cama, dentro de mi fría habitación y de mi abandonada casa. No había nadie que riese, la señorita de las noticias anunciaba una nueva muerte y, mientras desayunaba, ví a un niño correr con su mochila al cole. Nada había cambiado y todo había sido un sueño.
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