domingo, 11 de octubre de 2015

Reflexiones sobre la labor de los padres en la educación

Muchos ya sabéis que soy profesora, una labor que me tiene totalmente absorvida y que no me deja tiempo para disfrutar de los pequeños placeres mundanos como actualizar mi blog (sí, sé que suena a excusa, pero es realmente cierto), ya que cada día llegó a casa agotada después de lidiar durante todo el día con niños que cada día son más difíciles de tratar. Así pues, voy a aprovechar este remanso de paz otorgado por el festivo de mañana (alabados sean los festivos) para compartir con vosotros una reflexión sobre la vida.
         
Como ya he dicho, trabajo con niños. Bueno, mejor dicho, trabajo con adolescentes...que no es lo mismo. Los adolescentes son complicados. No olvidemos que están inmersos en la peor etapa de la vida: cambios físicos (con los que a veces no nos sentimos cómodos), vaivén emocional, inseguridad, paranoias (sí, sí...es típico de la adolescencia tener la sensación de que todo el mundo va en contra tuya, que todo lo que el profesor dice lo dice por tí...¿os acordáis?)...Vamos, que la adolescencia, se mire por donde se mire es una auténtica mierda y solamente nos damos cuenta de que la vida no es así cuando, por fin, las hormonas nos dan un respiro y empezamos a ver el mundo sin las gafas de la adolescencia. ¡Y qué respiro, señores! El caso es que mis alumnos están viviendo ese período. Unos lo están empezando (pobrecitos míos, no se dan cuenta de que están metidos en la mierda hasta que ya es demasiado tarde), otros están en pleno apogeo y otros ya están llegando al final del camino (¡ánimo, mis campeones!).  Esta circunstancia hace que mi labor sea aún más delicada si cabe. Tengo que ir con pies de plomo, midiendo mis palabras, estudiando mis gestos...porque cada adolescente es diferente y lo que a uno le viene bien, a otro le puede hacer un daño irreversible. Yo intento ir siempre a clase con una sonrisa y mi nivel de paciencia reforzado, porque ellos necesitan algo así, pero también voy preparada para parar los pies al que quiera salirse del tiesto para captar la atención del grupo a expensas de perder la dignidad, porque, aunque ellos no lo sepan, la disciplina es muy importante para su desarrollo personal y futuro. En serio, hay adolescentes que se encuentran tan perdidos en todo este proceso que tienden a perder su propia identidad para adoptar un rol dominante y así encajar: el rol del payaso (siempre hay alguno, son esos alumnos que interrumpen tu explicación para contar una anécdota divertida que no viene a cuento, que vacilan al profesor pensando que el resto apreciará el humor de la situación, ...), el rol del malote ( tipo: "hago lo que quiero y cuando quiero, y que os den por culo a todos"), el rol del deportista ("como voy a ser futbolista profesional, profe, no sé para que me sirve todo esto, así que voy a hacer lo mínimo y, de vez en cuando, apoyaré al malote para no aburrirme")... En estos casos hay que mostrar mano dura y no porque a mí nos moleste excesivamente que alguien pase de estudiar o de trabajar, sino que nos molesta que alguien haga que otros pierdan su derecho a estudiar y a trabajar. Y aquí empieza la parte complicada de trabajar con adolescentes porque ellos nunca ceden y, evidentemente, nunca han hecho nada malo; así que tienes que mantener un pulso con ellos para afianzar tu posición en la clase. No nos engañemos, el profesor debe demostrar día tras día que es el líder de la manada (como diría el encantador de perros) para mantener el control sobre los 30 adolescentes confusos que están en clase, si no lo hace...que los dioses se apiaden de él, porque sabrá de primera mano lo que es el caos absoluto.
Sin embargo, la posición del profesor en el aula se ve amenazada continuamente y, desgraciadamente, la amenaza no proviene únicamente de los alumnos; a veces los padres hacen un trabajo excelente minando la autoridad del profesor. De modo que nos vemos obligados a luchar no solo contra el adolescente sino también contra el adulto que, váyase a saber por qué motivo, ha retrocedido y ha vuelto a sumergirse en el maravilloso mundo de la adolescencia. (Si hay padres en la sala, por favor, no os sintáis en ningún momento ofendidos por mis palabras. Os recuerdo que solamente estoy compartiendo una reflexión personal y, como tal, puede no ajustarse 100% a la realidad)
El trabajo de los padres en casa es importante para asegurar que su hijo aproveche bien el tiempo que gasta en el colegio y para asegurarse de que su hijo adquiera unos compromisos morales y éticos que más adelante le serán de utilidad. Por eso la mayor parte del profesorado no entendemos cómo es posible que los padres decidan abiertamente no apoyar la labor del profesor e incluso se sientan en el derecho de juzgar y sentenciar la labor del docente basándose en los poco fiables testimonios de un adolescente (recordáis lo de la paranoia, ¿verdad?). Es aterrador que un adolescente encuentre apoyo en sus padres para oponerse a la autoridad del profesor, porque, seamos sinceros, el profesor desacreditado por los padres pierde automáticamente su estatus, ya que el adolescente ha recibido carta blanca para ignoraro vejar al profesor consciente de que no habrá repercursiones en casa porque: "es que ese profesor le tiene manía", "está amargado", "no sabe tratar con niños", etc. En una ocasión tuve un choque con un padre porque llamé la atención a su maravilloso hijo por poner los pies en el respaldo del asiento del autobús en el que volvía a casa y los padres de la criatura lo veían innecesario porque: "el autobús de la ruta está para que se relajen"; como yo no compartía su opinión, inmediatamente me convertí en una mala profesora y, según palabras de la madre en cuestión: "si no sabes tratar con adolescentes, deberías dejar este trabajo". Llevo poco tiempo en esto, pero esa afirmación, tan fría y carente de razones (ya que esa mujer jamás me ha visto dando clase), fue como un mazazo, de verdad. Nunca más tuve control sobre ese chico. Si yo le decía que hiciera algo, pasaba de mí o hacía justamente lo que le decía que no hiciese. Y, ¿por qué? Porque sus padres le habían dado su apoyo incondicional y habían demostrado que no iban a apoyar a la autoridad pertinente, yo.

¿Es triste, verdad? A mí me produce una confusión sin límites, porque...¿qué están aprendiendo esos chicos? Nada. Realmente sus padres, que supongo lo harán con toda la buena intención del mundo, les están convirtiendo en tiranos y anárquicos. Esos chavales, inmersos en un estado de afianzamiento del "ego", están aprendiendo que ellos son los primeros y que sus deseos priman sobre los demás y sobre las obligaciones. Y eso no les va a ser útil cuando salgan de la escuela, seamos realistas. Así que, padres del mundo, quered a vuestros hijos, pero que ese amor se refleje en un interés porque vuestros pequeños se hagan personas de provecho, con buenos valores y una buena educación que les sirva para afrontar el futuro que les espera. No os equivoquéis, el hecho de que les déis la razón en todo o que les déis todo lo que quieren, sea lo que sea, no va a ayudarles a ser mejores personas, sino que les va a convertir en personas incapaces de valorar el esfuerzo propio y del prójimo, personas incapaces de aprender de sus errores (porque nunca habrán tenido que hacerlo), personas que no saben apreciar el valor de lo que tienen...Y sé que es difícil, porque es una lucha continua con ellos, porque os dirán: "te odio" o "tú no me entiendes", y sentiréis que se os parte el corazón y os flaquean las fuerzas; pero tenéis apoyo, padres, no os sintáis solos en esta batalla porque los profesores estamos ahí, reforzando vuestra labor, queriendo ser vuestros aliados y cómplices en una guerra emocional que, creedme, acabará y cuando lo haga vuestros hijos serán conscientes de lo mucho que habéis hecho por ellos y os agradecerán que no les hayáis permitido rendirse a la oscuridad. Pensad que los alumnos se acuerdan más y con cariño de los profesores que tuvieron mano dura con ellos, que de aquellos que les dejaron hacer lo que quisieron; así que, ¿por qué creéis que a vosotros no os lo agradecerán?
Por último deciros, padres del mundo, debéis pensar que vuestros hijos solamente van a pasar un tiempo limitado de su tiempo en la escuela y, sin embargo, van a pasar toda la vida con vosotros. Así que, ¿qué menos que cubriros las espaldas?