El Mago Merlín



El autor de esta obra es Robert de Boron, cuya biografía se data en los pocos datos que él mismo nos transmite en su obra. Así, sabemos que  Robert de Boron, seguramente influenciado por la obra de Chrétien, concibió un proyecto muy ambicioso consistente en decir todo lo que pudiera decirse sobre el Grial, para lo que se ve obligado a escribir una trilogía (algunos expertos dicen que el proyecto original abarcaría cuatro obras, no tres)  en la que se presenta el Grial como una verdad absoluta. El problema de la producción literaria de Robert de Boron es que parece seguro que fue reescrita y trasladada a la prosa, por lo que debemos entender que las obras que nos han llegado pueden contener alteraciones que no habían sido planeadas por el autor.
Robert de Boron se inspiró, a la hora de componer su obra, en el “Roman de Brut” de Wace ( quien, a su vez, se apoyaba en la obra de G.Monmouth), donde se nos presenta un Merlín bastante exacto al anterior pero resaltando el carácter de mago por encima de sus cualidades proféticas. Wace, suavizó la personalidad del mago, eliminando los insultos y las recriminaciones severas que arrojaba a unos u otros, atenuando su brío. A este escritor se le debe la primera inserción de la mítica Mesa Redonda dentro del relato artúrico, cuyo motivo en la trama, es evitar disputas entre los caballeros de la corte a la hora de obtener un lugar honorífico e incluso afianzar el lazo de unión ante la igualdad de los asientos de la circunferencia de la mesa. 
El mérito de Robert de Boron será el haber realizado cambios sustanciales tanto en los temas, tramas y objetivos de todo el mundo artúrico, como del personaje de Merlín, confiriendo a todo ello un conjunto definitivo y exitoso que en obras posteriores, otros autores, prosiguieron. Este escritor amplía lo relativo a la concepción, nacimiento e infancia de nuestro protagonista y lo implica honda e intensamente en torno al tema del Grial. Pierde el patrón anterior de consejero real, para convertirse en un delegado y ejecutor de la Divina Providencia, así como encargado de facilitar el advenimiento de la grandeza del reino de Logres. Se convierte en un agente capital en la preparación de Arturo al trono. Con Boron, el que antaño fue profeta de Vortigern se convierte ahora en el profeta del cristiano Grial.
Además de estas influencias ya conocidas, el Merlín de Robert de Boron presenta ciertos aspectos semejantes al Hermes griego; de hecho, el aspecto travieso y burlón que Merlín muestra al principio del libro, me han recordado mucho a las travesuras del dios recogidas en el Himno a Hermes. Otra semejanza existente entre estos dos personajes es su precoz crecimiento, el lugar en el que nacen (Hermes en una cueva con su madre y Merlín en una torre) y un cierto pecado envuelve los dos nacimientos (Hermes es hijo de una relación adúltera de Zeus con Maya, y Merlín es hijo de una relación sobrenatural de un demonio con su madre); así, Hermes también sorprendió a todos al comenzar a hablar poco después de nacer y hacerlo con gran diligencia: Nacido al alba, tañía la lira a mediodía y por la tarde robó las vacas del Certero Apolo, el cuarto día del mes, en el que lo parió la augusta Maya. Otro personaje relevante con el que Merlín guarda una semejanza, que no queda oculta y que el autor a promovido,  será el propio Jesús: desde la maternidad virginal de ambas madres y su fecundación por un ente no humano, hasta el temor que sienten dos reyes (Herodes y Vortigern) ante sus sabidurías; son numerosos y abundantes los trazos que ligan una figura a la otra y todo ello es una novedad en el desarrollo del personaje, no contemplada hasta ahora.
Abandonando estas leves reminiscencias clásicas que, por otro lado, son entendibles en un autor francés medieval (recordemos que el latín fue muy apreciado en gran parte de Europa durante el medievo y, en la alta Edad Media, continúo usándose en círculos restringidos), debemos decir que el Merlín de Boron se nos presenta como un personaje cargado de simbolismo y de fuerza actancial (ya que es él quien da inicio a los sucesos a través de sus profecías); de este modo, el autor nos muestra que los sucesos que van a acontecer (incluido el nacimiento de Arturo) están ligados a la presencia de Merlín y, por tanto, a la presencia del mal en la tierra en tanto que Merlín es hijo de un demonio. Además, el autor nos muestra aquí la importancia de la Providencia divina en la vida humana al demostrar que ni siquiera los demonios son capaces de entender o controlar las vicisitudes del destino divino (los demonios habían dado vida a Merlín como arma contra Dios, pero Merlín prefiere aliarse con Dios). Por otro lado, la capacidad de elección de Merlín nos traslada a una creencia algo más moderna que encontraremos desarrollada plenamente en Rousseau: el libre albedrío o la capacidad del hombre de rechazar el impulso instintivo le hace alejarse del curso de su estado natural.
Sobre los personajes y el espacio-tiempo de la obra no creo que sea necesario decir nada más allá de la imprecisión temporal presente a lo largo del relato debido a que el narrador de los hechos se sitúa en una ubicación temporal posterior a los mismos (acronia regresiva), de modo que los pocos datos temporales precisos que el autor nos proporciona se indican a través de fiestas cristianas (Arturo es coronado en Navidad, por ejemplo); por otra parte, la ubicación espacial está bastante clara desde el principio de la narración: Northumberland (Inglaterra). Sin embargo, si creo necesario realizar ciertas acotaciones acerca de la narración de la obra debido a la confusa distribución de narradores existente; ya que aunque el narrador primario es Robert de Boron, él mismo nos presenta dos narradores más: Blaise y Merlín. Merlín es narrador de la obra en tanto que es él mismo quien narra las aventuras a Blaise para que éste se encargue de ponerlas por escrito; de este modo, Robert de Boron se nos presenta como un simple copista de la labor de Blaise para transmitírnosla a nosotros. El problema de este tipo de narración conjunta es que hay momentos en que no queda muy claro si el narrador primario es Merlín o el propio autor, como en la narración de hechos sucedidos en ausencia de Merlín: ¿acaso Merlín los veía y se los dictaba a Blaise sobre la marcha o, simplemente, el autor se permitía en estos momentos ejercer de narrador primario? Otro hecho curioso será  la aparición intermitente de Merlín a partir del capítulo VIII, momento en que el narrador parece volverse algo más omnisciente al abandonar el relato de Merlín para hablar sobre las acciones de otros personajes de la narración (Vertigiers, Uter, Pandragón, los Sabios del Reino, etc).
Por otro lado, es sumamente importante entender el trasfondo religioso oculto en esta obra, donde cada suceso (por insignificante que sea) está sujeto a un personaje mudo y ausente en cierta forma: Dios. De hecho, los ocho primeros capítulos le sirven al autor para mostrarnos a Merlín no sólo como un profeta capaz, sino también como un arma de Dios enviada al mundo para eliminar la maldad que corrompe instituciones tan sagradas como la Iglesia o la justicia. En esta obra ya no estamos ante una historia novelada que relata el apogeo y ruina de los bretones, donde Merlín, es un personaje relevante más de la epopeya y el futuro rey no debía ocultarse pues era legítimo y no necesita de espadas clavadas en un yunque para reclamar su trono; ahora se trata, ni más ni menos, de la gloria que alcanzará Bretaña, fruto de una plan divino, donde un nación se convierte en un pueblo elegido por designio divino y en cuyas tierras se halla oculto el Santo Grial. De este modo, Merlín se nos presenta como un mero instrumento de la voluntad divina y Arturo, rey de reyes, como un peón de esa misma voluntad. A pesar de todo esto y de que Merlín parezca ser un personaje de peso para Robert de Boron, el autor no desaprovecha las ocasiones que le brinda su relato para ridiculizar a su propio personaje: cuando éste recurre a ardides de mago, las describe como acciones vulgares; cuando recurre a transformaciones de forma, son proyecciones de su mitad demoníaca; cuando predice, los pronósticos se convierten en agüeros a corto plazo, que solo adelantan acontecimientos lógicos e inmediatos; cuando se describe su aspecto de anciano, en otros tiempos paganos tan venerado, lo refiere de una forma grotesca. De modo que  dota a Merlín por vez primera de esta doble personalidad: cuando muestra conductas paganas es cómico, pero cuando se encomienda a la labor de la Iglesia en el mundo; es un iluminado, es un profeta del Grial.
Otro elemento importante en el desarrollo de esta obra será conversión de la Mesa Redonda en una analogía de la mesa de la última cena y que, como consecuencia, se aleja de las reminiscencias celtas,  que los autores anteriores plasmaron fielmente y que Robert de Boron transfigura para adaptarlo a su concepción de la narración.
Para finalizar, me ha parecido ver también a lo largo de la obra una fuerte crítica hacia la sociedad de la época y, especialmente, hacia la corrupción existente en las instituciones sagradas (el obispo que pecaba de gula, el sacerdote que pecaba de lujuria, etc). Además, el hecho de que Robert de Boron coloque al rey Arturo en una posición tan servil con respecto a la Providencia, me da por pensar si no habrá algún mensaje oculto en la obra dirigido especialmente a los reyes en los que se les recuerda que incluso ellos deben estar bajo el poder de la Iglesia y no situarse por encima de ella.