domingo, 8 de marzo de 2020

El regreso del hijo pródigo

Ahí estaba él. De pie bajo la gélida lluvia. Soportando estoicamente los embistes de aquel vendaval al que los meteorólogos habían bautizado como Dante. Un nombre muy adecuado si se tenía en cuenta que estaba a punto de descender al mismísimo infierno. Suspiró y su cálido aliento dejó tras de sí su huella, un mudo lamento de vapor. Obligó a sus piernas a ponerse en marcha y cruzó la calle desierta de aquella zona residencial para llegar a la puerta de un pequeño chalet adosado. Había luz en las ventanas de la planta baja, y casi pudo escuchar las risas y las voces de su familia. Los imaginaba felices en torno a la alargada mesa del salón, cenando alguna de las delicias que su madre habría cocinado y contándose los unos a los otros los hitos más importantes de su día. Su padre estaría fumando en la cabecera de la mesa observándolos a todos con aquella mirada profunda y afilada que tanto le había recordado a la de un depredador, y sus hermanos competirían para demostrar que su día había sido mejor que el del otro mientras su madre se limitaba a sonreír en silencio desde su modesto lugar en aquella mesa. La televisión estaría encendida, por supuesto, y el perro dormitaría en algún rincón esperando que llegase la hora de su salida nocturna. Siempre había sido así durante los buenos años, y su mente era reacia a imaginar algo diferente a pesar de que el tiempo no había pasado en balde para ninguno de ellos.
Su mano se detuvo en el aire antes de pulsar el timbre. ¿Acaso merecía la pena volver? ¿No sería mejor quedarse con el recuerdo de su familia que su mente tanto se había esforzado en crear? ¿Qué iba a descubrir si pulsaba aquel diminuto botón? Un escalofrío le recorrió la espalda y, aún sabiendo que no serviría de nada, se arrebujó en su empapado abrigo de lana. Debía hacerlo. Su psicóloga le había instado a ello en sus últimas sesiones y, tras demorarlo durante un mes, por fin había reunido el valor suficiente para volver a aquel lugar en el que la realidad había sido tantas veces sustituida por la obra de una mente en plena huida. Debía hacerlo y lo haría. Sólo así conseguiría acabar con las pesadillas y podría, finalmente, alcanzar la paz que tanto tiempo había perseguido. Sólo un gesto más. Un pequeño e insignificante movimiento le separaba de la liberación. Extendió el dedo dispuesto a accionar el timbre de la puerta, pero el chillido de una mujer le detuvo. Su mente jadeó aterrada y él volvió a sentir esa necesidad de hacerse más pequeño para pasar desapercibido. Un nuevo grito, esta vez masculino, le hizo alejarse unos pasos de la puerta del pequeño chalet y el sonido de objetos rompiéndose fue el pistoletazo de salida para que sus piernas, aleccionadas durante años de terror, iniciasen una precipitada carrera hacia la oscuridad y la soledad de aquel barrio madrileño en el que algunos veían un refugio perfecto, pero que se había convertido en una auténtica cárcel para él y su familia.
Cuando se detuvo, estaba completamente exhausto y en su rostro se entremezclaban la lluvia y el sudor. Se dejó caer en la acera y, con las manos en el suelo mojado, vomitó lo poco que había conseguido comer antes de emprender aquella loca aventura. Estaba equivocado. Volver a aquella casa no iba a solucionar nada. Su mente estaba rota y los fragmentos esparcidos sin posibilidad de poder volver a ser unidos de nuevo. Jadeó mientras las lágrimas caían sobre los adoquines y ahogó un gemido de rabia y terror que llevaba demasiado tiempo atrapado. Lentamente se levantó y se irguió, sintiéndose un estúpido por haber reaccionado así ante algo que debería ser lo más normal del mundo para él. ¿Acaso no había crecido con aquellos gritos y golpes como única compañía? ¿Acaso no había aprendido que la música a todo volumen en sus cascos podía amortiguarlos y aligerar así la carga? Lo había olvidado todo. Tantos años alejado de ellos, y su mente se había permitido el lujo de enterrar los fragmentos más pequeños y recomponerse utilizando únicamente los más grandes; y ahora el dichoso Dante parecía haberse colado también en su interior y con su fuerza había desenterrado los fragmentos y se los había lanzado, como si de pequeñas flechas se tratase, contra el rostro haciéndole recordar los golpes, los gritos, las amenazas y las humillaciones que habían sido su día a día durante su niñez. Y él, un adulto sano y exitoso, se había acurrucado para llorar como el niño desvalido que era en realidad.
Un trueno le hizo estremecerse. La lluvia cesó y el viento se dulcificó, como si la naturaleza intentase darle un momento de tregua. El olor de la tierra mojada inundó sus pulmones y el silencio de la noche le acunó en sus brazos con la delicadeza de una madre. De nuevo las lágrimas rodaron por sus mejillas y se perdieron entre su descuidada barba. Sólo era un niño roto. Una víctima de aquel barrio residencial en el que nadie veía ni oía nada. Un testigo mudo de la destrucción que trae consigo el silencio. Miró a su alrededor y reconoció cada una de aquellas casas. Hombres y mujeres agradables vivían en ellas. Hombres y mujeres trabajadores que sólo querían un poco de paz y tranquilidad al llegar a casa, por lo que no dudaban en subir el volumen de la televisión o de la música o de sus voces para acallar los golpes y gritos que salían del número 62. Hombres y mujeres que, al ver sus ojos llorosos o los moratones de su cuerpo, simplemente apartaban la mirada antes de continuar sus caminos. Hombres y mujeres que ni siquiera se dignaron a salir de casa la noche en que una ambulancia se llevó el cuerpo de su madre, desfigurado por los golpes. Hombres y mujeres sin alma que habían sido cómplices de su sufrimiento. Había sido un iluso al pensar que volver a ver a su padre serviría para curar sus heridas. Sólo había una forma de sanar y lo sabía desde el principio. Sonrió mientras palpaba el frío acero que había mantenido oculto en uno de los bolsillos de su abrigo y, por primera vez en mucho tiempo, supo que tenía el control.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aquí puedes poner lo primero que se te pase por la cabeza...o...mejor, pon lo segundo!!!