sábado, 3 de marzo de 2012

Un relato para pasar el fin de semana.

 Pues nada, espero de corazón que os guste y ya lo continuaré otro día :P
Un saludo y feliz fin de semana!


© Tamara Díaz
(Reservados todos los derechos)

El cielo grisáceo anunciaba que la tormenta no tardaría en llegar. En la lejanía, los relámpagos cruzaban el cielo dejando una estela blanquecina en la oscuridad de la noche. Ellos se mantuvieron quietos, inmóviles a pesar del viento que les azotaba y traía consigo las primeras gotas de lluvia. Dos sombras oscuras en mitad de la noche, agazapadas bajo uno de los grandes robles que bordeaban el camino hacia la aldea; sus capas ondeaban en el aire dándoles un aspecto fantasmal y permitiendo que dos dagas, colgadas en el cinto interior, centelleasen al reflejar la luminosidad de los relámpagos.
- No va a venir. - susurró una de las figuras.- Quizás no haya podido escaparse...
- No digas tonterías, Llierth, Kithia vendrá. - contestó la otra figura al tiempo que se asomaba con cautela al camino en busca de una señal. - Lo más posible es que se retrase...
- Ahora eres tú el que dices tonterías. - protestó Llierth. - Kithia nunca se retrasa.
El sonido de los cascos de unos caballos al golpear las losas de piedra del camino interrumpió su conversación y las dos figuras se refugiaron rápidamente tras el grueso tronco del roble, sin perder de vista el camino. Pronto vieron los jinetes. Eran diez, montados sobre espectaculares ejemplares negros que piafaban con nerviosismo, mientras los hombres les instaban a ir más rápido. El último de ellos llevaba el estandarte del Árbol Blanco, símbolo del pueblo de Jesiphar y de sus sacerdotes armados; el mejor destacamento bélico que quedaba en Isuarth, cuya fama se extendía por las aldeas y grandes ciudades. Tal era su fama que los grandes señores solían acudir a ellos cuando necesitaban guerreros expertos en sus guerras; guerreros para los que la muerte no supusiese un problema y para los que matar fuese simplemente un trámite más de la vida. Si querían guerreros faltos de escrúpulos y con una fe total en su trabajo, acudían a la orden del Árbol Blanco.
- Mierda. - susurró Llierth al tiempo que se escondía tras el tronco y se cubría con la capa para no ser detectado. - ¿Crees que Kithia habrá sido interceptada?
- No puede ser...- musitó la otra figura con la preocupación tiñendo su voz.
- La misión era demasiado peligrosa, Jeith. - insistió el otro. - Deberíamos abandonar esta zona antes de que nos atrapen y nos cuelguen como a vulgares rateros.
- No puedo abandonar a Kithia. - respondió Jeith y, tras asegurarse de que los caballeros habían pasado de largo, se dirigió hacia un punto cercano, donde los árboles crecían más cerca unos de otros. - Voy a coger mi montura y marcharé a Jesiphar para averiguar algo de Kithia, espérame en la taberna del viejo Kol; nos reuniremos en dos días. - Jeith tomó un ejemplar pintado que pastaba tranquilamente la hierba en torno a él y montó con agilidad. - Si no vuelvo, márchate de aquí y avisa a los demás de que la misión ha fracasado.
- Jeith es arriesgado...
- No pienso abandonar a Kithia, Llierth. - cortó él y, sin esperar respuesta de su compañero, azuzó al caballo y se lanzó en una carrera desenfrenada por el camino que conducía a la ciudad de los sacerdotes guerreros.


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 La noche no auguraba nada bueno. La joven Kithia admiraba desde la ventana de su desvencijado cuarto cómo unos densos nubarrones se extendían sobre la ciudad de Jesiphar. Era una muchacha hermosa, de suaves rasgos y grandes ojos verdosos; eso le había permitido acercarse sin sospechas a la cúpula del Árbol Blanco, los sacerdotes guerreros de Jesiphar, y ahora trabajaba para ellos, como sirvienta de cámara del gran Heither, jefe supremo de la orden.
 La muchacha suspiró y volvió a fijar sus ojos en la ciudad. Era un lugar hermoso, plagado de templos en honor al dios Jin y a la diosa Yarma; todas las construcciones se habían levantado usando piedras del Promontorio de Ethar, unas piedras muy valoradas que se caracterizaban por poseer un color blanco impoluto. La ciudad brillaba con la luz del sol, resultando cegadora para los ojos poco acostumbrados, y durante la noche, un halo blanquecino la envolvía y hacía que pareciese que los dioses mismos estaban protegiéndola.
Las campanas de los templos sonaron, indicando que era la hora de la cena. En Jesiphar todo estaba controlado, todo debía desarrollarse de acuerdo a las órdenes de los superiores de la ciudad. Así, cuando sonaban las campanas, los ciudadanos sabían que era hora de levantarse, desayunar, comer o cenar; cuando el cuerno de la ciudad sonaba, los ciudadanos sabían que era el momento de acostarse. Todo aquel que incumpliese las normas era encarcelado y sentenciado a muerte. En Jesiphar no había lugar para el desorden.
Kithia sonrió y, tras despojarse del amplio vestido de color verde con el que se vestía durante el día, se vistió con un pantalón de cuero negro y una blusa del mismo color, cubriéndose el rostro y la cabeza con una capa corta de lana teñida de negro. Para lo que debía hacer esa noche, era necesario que se confundiese con las sombras de la ciudad.
Las calles de la ciudad estaban desiertas. Todos los habitantes estaban ya encerrados en sus casas, tomando la cena y preparándose para el cuerno que indicaba el fin del día. Si la luna hubiese brillado en el cielo, Kathia habría tenido serios problemas para camuflarse en las sombras, pero aquella tormenta había sumido la ciudad en una completa oscuridad que le permitía andar sin problemas. El sonido de pisadas hizo que se detuviese y buscase cobijo en un callejón cercano, donde una rata detuvo su carrera para fijar en ella sus pequeños ojillos acuosos. Una pareja de soldados pasó por delante de él, iban en completo silencio, haciendo la ronda para verificar que todos los ciudadanos habían obedecido la orden de la campana. Kithia suspiró cuando pasaron de largo y, tras esperar unos minutos, volvió a recorrer la calle con el sigilo de una sombra.

El gran templo de Jin estaba en el centro de la ciudad, junto al cuartel general de la orden del Árbol Blanco y al edificio del Consistorio, donde se debatían las leyes y las normas de la ciudad. Llegar hasta allí no fue difícil. Pronto Kithia pudo ver el hermoso edificio blanco, iluminado por un centenar de antorchas y vigilado por una pareja de guardias pertenecientes a los iniciados de la orden. La muchacha se detuvo y escrutó la zona, buscando la mejor manera de llegar hasta el templo sin ser vista. Mientras observaba la zona descubrió que los toldos para el día de Jin ya estaban colgados. Grandes extensiones de tela rojiza y blanca cruzaban desde las calles hasta el centro de la plaza, pasando algunas por encima del edificio al que pretendía llegar. Los toldos estaban tensos y la tela parecía lo suficientemente fuerte como para soportar su peso. Kithia sonrió. No sería tan difícil llegar a su objetivo, después de todo.
Con la agilidad de un gato, Kithia trepó por una de las paredes cercanas hasta llegar al tejado de la casa, desde donde podía ver con claridad el camino que debía seguir para llegar al templo. Llegar a la primera tela iba a ser difícil, puesto que estaba alejada del tejado en el que se encontraba y subir a otra de las casas no era una opción, ya que los guardias la descubrirían con toda seguridad. Kithia frunció el ceño mientras sopesaba las opciones que tenía. Podía llegar hasta los guardias y eliminarlos, pero eso, sin lugar a dudas, llamaría la atención de los vigilantes itinerantes y no tardarían en dar el aviso, lo que suponía que, sin lugar a dudas, la atraparían y sería condenada a muerte. Su otra opción era utilizar una de las gruesas cuerdas que servían de anclaje a los toldos, podía deslizarse por ella hasta llegar al primer toldo y, desde allí, moverse en dirección al templo. Esa era la mejor opción, pero tenía un problema: los guardias miraban en su dirección, y seguramente una sombra colgada del toldo llamaría demasiado su atención. La muchacha suspiró frustrada, aunque pronto se dibujo una sonrisa en su cara. Con un ligero silbido de ella apareció, de entre las sombras, una hermosa criatura, mezcla de gato y ratón, usada desde tiempos antiguos por los cazadores debido a su capacidad para encontrar presas en los lugares más recónditos. El animal se acercó a la muchacha y se restregó contra su cuerpo, mientras ella acariciaba el pelaje oscuro y buscaba entre sus bolsillos un pedazo de queso que le ofreció con cariño.
- Ispil, querida, necesito tu ayuda. - la muchacha hablaba al animal mientras este clavaba en su dueña unos ojos pequeños y negros. - ¿Ves a esos guardias? - el animal giró la cabeza y observó con atención el punto al que señalaba el dedo de su ama. - Necesito que dejen de mirar hacia aquí, Ispil, y tú eres la única que puede hacerlo.
El animal emitió un leve gruñido, como si fuese una afirmación y una promesa de que cumpliría con su parte, y desapareció en las sombras de la noche. Kithia vio cómo el animal atravesaba la plaza sin ser visto por los guardias y se detenía junto a una taberna que se encontraba en el lado opuesto a donde ella esperaba; con rapidez, el animal volcó uno de los barriles de la entrada y los guardias, sobresaltados por el repentino ruido, abandonaron su puesto para investigar el origen. La entrada estaba despejada. Kithia sonrió mientras se lanzaba sobre la cuerda y, con agilidad, alcanzaba uno de los toldos.
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La ciudad de los sacerdotes se alzaba ante él con majestuosidad. La luz de los relámpagos incidía sobre la piedra blanca y provocaba destellos deslumbradores que convertían la oscura ciudad de Jesiphar en un hermoso espectáculo. Jeith detuvo su caballo y escrutó las sombras. No parecía haber nadie. Era realmente extraño que la ciudad más importante de los doce reinos permaneciese sin vigilancia, sobretodo si se tenían en cuenta las rígidas normas que los Consejeros imponían sobre los ciudadanos. El joven dejó caer la capa sobre sus hombres para poder observar con mayor claridad. Era un muchacho atractivo, de rasgos marcados y severos, el pelo castaño y ojos del mismo color; su cara estaba marcada por una cicatriz que llegaba desde la frente hasta la comisura del labio, dándole un aspecto aterrador.
Nada. Jeith no comprendía lo que pasaba, pero esa quietud y la falta de vigilancia no parecían presagiar nada bueno. Azuzó de nuevo a su caballo y lo dirigió hacia la muralla sur de la ciudad, donde habían instalado postes especiales para los caballos. El joven desmontó del animal y lo ató a uno de los postes, no sin antes ofrecerle un dulce como recompensa. A continuación, Jeith siguió la muralla sur hasta la puerta de Noeathir. Las hojas de la puerta estaban abiertas. No había guardias y nadie respondió a su llamada. Jeith sintió cómo el vello de sus brazos se erizaba y el corazón comenzaba a latirle con fuerza mientras pensaba en Kathia y su ausencia. Ahora tenía claro que algo había sucedido en la ciudad. Debía encontrar a la muchacha como fuera.

Avanzó por las silenciosas calles de la ciudad, cubiertas todas por la oscuridad y azotadas por un viento frío proveniente del norte. Jeith se ciñó la capa, intentando evitar que aquel frío le penetrase en los huesos y le dejase más helado de lo que ya se sentía. La situación no era normal. Las casas permanecían cerradas a cal y canto, sin ningún tipo de luz, movimiento o ruido que diera a entender la presencia de personas en su interior; sin embargo, lo que más inquietaba a Jeith era la ausencia de la guardia itinerante, esa guardia encargada de pasear durante las noches por la gran ciudad buscando a aquellos que eludían las normas. Nada ni nadie detenía sus pasos, cada vez más vacilantes, hacia el mismo centro y corazón de la ciudad santa.
Cuando se encontraba ya a pocas calles del centro, donde se encontraban el templo y el Consistorio, algo captó su atención. No sabría decir qué exactamente, pero había notado un movimiento fugaz a su derecha y el ruido de los cubos de basura al moverse le aseguraron que no se había vuelto loco. Algo se movía en la oscuridad de aquel callejón. Jeith sacó una de sus dagas del cinto y aguzó el oído, dispuesto a matar a lo que fuera que vagase en la oscuridad; un suave sonido, semejante al ronroneo de un gato, acompañado por la sombra de un animal de forma alargada y esbelta, hizo que el muchacho suspirara y se llevase la mano a la frente, intentando secar el sudor que había acumulado a pesar del frío de la noche.
- Ispil. - llamó el joven con suavidad mientras se arrodillaba en la calle y esperaba la llegada del animal que apareció al oír su nombre, las orejas levantadas en señal de atención y sus ojillos fijos en la figura que tenía delante. - Ispil, ¿dónde está tu ama? - el animal movió la cabeza para volver a fijar sus ojos en Jeith antes de volverse hacia el templo y correr entre las sombras hacia la puerta. - El templo...

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Kathia observaba desde las alturas cómo los guardias, que habían regresado a su posición tras el ajetreo organizado por Ispil, charlaban despreocupadamente mientras ella cruzaba el toldo que se situaba sobre sus cabezas. Apenas respiraba por miedo a que el ruido delatase su posición, pero la joven sonreía al ver su objetivo tan cercano. La cúpula del templo de Jin estaba a pocos pasos de su situación y en breve podría posar sus pies sobre la piedra blanca y buscar el medio para entrar en él, tal y como debía hacer. Sin embargo, un ruido llamó su atención. Miró con inquietud a los guardias que estaban debajo, pero ambos habían desaparecido sin dejar rastro. Kathia entrecerró los ojos, intentando ver en la oscuridad si los guardias habían ido a comprobar algo, pero no conseguía ver nada en la plaza. De nuevo el sonido se dejó oír y Kathia se tumbó sobre el toldo, cuan larga era, para intentar camuflarse con la tela. Habría jurado que el ruido venía del templo, pero eso era del todo imposible. El templo permanecía cerrado durante la noche y los sacerdotes dormían a pierna suelta gracias a la tisana que les había servido con la cena. Respiró hondo y asomó la cabeza por el extremo más cercano de la tela, intentando vislumbrar el origen del ruido. Con un gesto rápido, la muchacha se llevó la mano a la boca para evitar chillar y abrió los ojos con sorpresa al ver cómo la puerta del templo se abría, dejando salir de él a una compañía de jinetes de la orden del Árbol Blanco; pero no eran jinetes normales, se dijo Kathia con la mano temblorosa aún apoyada en su boca, sus ojos brillaban con un color carmesí que podía intuirse a través de las rendijas de los cascos bruñidos. No había duda, alguien había conseguido abrir el cofre y ahora los caballeros malditos de la orden marcharían por la tierra, matando y destruyendo todo lo que estuviese a su alcance.
Kathia se horrorizó al pensar en ello. Jeith le esperaba en el camino y podría cruzarse con la comitiva sin tener ni idea de lo que eran. Podría morir. Pero ella no podía hacer nada, debía continuar con su misión. Debía intentar recuperar el cofre maldito o morir en el intento, tal y como había jurado el día que salió de Elinor. Así pues, cuando la comitiva hubo desaparecido por una de las callejas que llevaba a la puerta sur de la ciudad, Kathia continuó reptando por los toldos hasta llegar a la blanquecina cúpula del templo.

3 comentarios:

  1. ¡Gracias por deleitarnos con tus relatos!!!!! ¡Me ha encantado!!!!! ¡Y espero ansiosa la continuación!!!! ¡Feliz fin de semana!!! ¡Un beso!!!

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  2. ¿Y ya? Jolines, que me he quedado con las ganas...
    He abandonado la corrección para venir a leer este nuevo relato. Tengo que decirlo: tu prosa me gusta cada día más. Sigues inspirándome, mi niña.
    Y espero que pronto nos dejes la continuación de este relato, pinta interesante.
    Besos!!

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  3. Pat, mil gracias por pasarte y comentar. Un placer tenerte por aquí, la verdad; yo sigo tus mundos paralelos en silencio, me tendrás que perdonar, pero Google Chrome está idiota o algo y no me deja ni comentar ni publicar entradas, así que tengo que cambiar al Mozilla, pero como estoy tan acostumbrada al chrome...pues imagínate, siempre escribo por él y al final me borra comentarios, entradas...malditas tecnologías!!!!!
    jajaja, Bea!!!! hemos escrito comentarios similares xDDD En fin, sí que lo voy a continuar, no sufráis; es que ayer me quedé sin tiempo y no podía continuarlo cómo es debido, además...¿os podéis creer que es uno de esos relatos a los que no le veo un fin claro? Increíble...quizás sea una señal o algo, porque es lo mismo que me pasó con Eterna Oscuridad...en fin, ya os contaré :P
    Un beso enorme a las dos y gracias por pasaros :D

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